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Patricia Karina Vergara Sánchez

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Patricia Karina Vergara Sánchez nació en Ciudad de México el 29 de octubre de 1974. Es feminista y se resalta como “Mujer revolucionaria, orgullosa de sí misma, de su lucha, de su orientación sexual y su raza”.1

 

Patricia Karina en sus escritos suele denunciar las múltiples discriminaciones que sufren las mujeres y hace un grito a la libertad y el empoderamiento de las mujeres.2

Es Licenciada en Ciencias de la comunicación de la Universidad Autónoma de México y se ha desempeñado como profesora, periodista y escritora.

Sus escritos son un acto de impostura, denuncia, irreverencia, afirmación feminista, étnica y lésbica3 y es una mujer que escribe contra la opresión de la mujer y la discriminación sexual. Por este motivo desde hace varios años participa de “Lunas, Lesbianas Feministas”.

 

La mayoría de sus escritos pueden encontrarse en sus Blog "Esta boca mía", "Cuenti-tos lesbianos", "Testimonio Cotidiano" donde en cada una expresa su orgullo por ser mujer, lesbiana, revolucionaria y por su raza. 

En palabras de Patricia Karina “Soy lesbiana y soy feminista, soy madre de una niña, soy gorda, soy morena, soy pobre, estudié Ciencias de la Comunicación, pero constantemente estoy desempleada por haber elegido inconformarme cuando hay injusticias y por causa de estos ojos míos que se dan cuenta y de esta boca mía que no sabe como callar”4

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En una entrevista con Claudia Korol, La escritora cuenta como llegó a la poesía erótica:

"La poesía erótica nace porque no tengo otro lenguaje para hacer saber a las personas con las que me erotizo lo que me está pasando. Comienzo por escribirlo y luego, cuando estoy en espacios de amor lésbico me gusta compartirlo, para que nos eroticemos todas juntas y al mismo tiempo. Creo también que en general, cuando hay mujeres juntas trabajando, en diversas cosas, puede ser en política, en talleres de cocina, en lo que sea, hay una corriente erótica que corre entre todas. A veces las reconocemos menos, a veces más. Ese entendimiento piel a piel, energía a energía, vibración a vibración. En los espacios de poesía después de haber traído a las que ya no están, a las presas, hemos hablado del combate político, de la rabia, no podemos simplemente cerrar. Porque también hay una parte gozosa de estar entre nosotras. Por eso la convoco explícitamente. Esa corriente eléctrica nos recorre a todas las que estamos en ese espacio, y es recordarnos que estamos vivas, y que estamos juntas."

OBRA

Blogs:

 

http://cuentitospallevar.blogspot.com/

http://estabocanecia.blogspot.com/

http://www.la-critica.org/author/karina-vergara/

PER-VER-SA

"Fue corriendo a poner el cerrojo a la puerta de la bodega, para que nadie pudiera abrirla de improviso. Después, Lidia se dejó caer en el sofá viejo que había en un rincón, atrás de una muralla hecha con cientos de libros que alguien había apilado, tal vez durante años.

A su piel desnuda y sudorosa se adhirió de inmediato gran cantidad del polvo que almacenaba el mueble maltrecho. Juana estaba también desnuda y la miraba fija y atentamente, como gata dispuesta a saltar.

Lidia cerró los ojos cuando se acercó su compañera, suspiró ansiosa ante las primeras caricias de Juana. A pesar de todo, tenía miedo a dejarse llevar pues sabía lo que pasaría de un momento a otro. Era su filia muy particular y a veces causaba desconcierto en sus amantes. Sin embargo no podía evitarlo. Algo, alguna vez había ligado de forma indisoluble la musicalidad de las palabras y su deseo erótico, tan estrechamente que surgían de sí y no podía contenerlo. Cuando las caricias de Juana la estremecieron, comenzó la reacción que ya esperaba:

En su mente aparecieron letras en color negro que iban delineando la palabra "Con-cu-pis-cen-cia". Lidia saboreó para sí cada grafía, las disfrutó como quien va comiendo a pequeños mordiscos su manjar favorito.

-Con- cu-pis-cen-cia.

Su fantástico archivo mental le mostró una referencia inmediata: 

Diccionario de la lengua española 2005 f. Apetito desordenado de placeres sensuales o sexuales. Ejemplo: se abandonó al vicio y la concupiscencia.

Soy concupiscente, pensó Lidia, y lo gozó.

Abrió los ojos y abrazó a Juana que se acercó más a ella para después, tomando a Lidia por los hombros, inclinar el rostro y comenzar a lamer el pezón de su seno izquierdo con apetito, con deseo, con lujuria recién descubierta.

Juana no podía creer lo que estaba haciendo. Sobre todo, no podía comprender que disfrutara tanto hacer algo que nunca habría imaginado. 

Se dijo: -Bueno, sólo estoy probando, sólo estoy experimentando. Todo se debe a estas vacaciones estropeadas en este pueblo perdido. Es el calor que me ha trastornado. Seguramente, es algo en el agua de este lugar, que debe estar contaminada y me hace actuar así, tan loca. No quiere decir que he cambiado de gustos. Todo tiene una explicación, vamos, es sólo por probar, luego no lo haré de nuevo. Es esto un experimento, casi con fines científicos-. Trataba de tranquilizarse a sí misma.

En tanto, se aferraba al pezón con la boca hambrienta, al tiempo que llenaba su mano temblorosa con el peso firme y dulce del seno derecho de Lidia. Mientras ésta, que recorría con sus manos el cabello y la espalda de Juana, gemía muy suave e hilvanaba en su mente otras palabras que le resultaban particularmente apetitosas:

-Vo-lup-tu-o-si-dad-, y suspiraba mientras la mano de Juana descendía por su costado hasta llegar al inicio de sus caderas.

Juana besaba el cuello de Lidia, aspirando profundamente el aroma de la mujer que enredaba sus piernas tibias entre las suyas. Juana era su propia espectadora, como incrédula de su propio placer, de sus propias sensaciones, como mirándose a lo lejos en la proyección de un película extraña a ella misma. Nunca había creído poder apetecer tanto a una mujer, pero, en ese momento sentía entre sus muslos correr ríos que daban testimonio de ese deseo incontenible.

Lidia y Juana, entrelazadas; la piel cubierta de sudor, polvo y caricias; el aroma a humedad y a los viejos libros amontonados en la bodega; la boca de una buscando la boca de la otra.

Se olvidaron del miedo a que alguien apareciera de improviso y las descubriera.

Juana dejó de preocuparse. Se entregó al placer de todos sus sentidos. Aprendía embelesada ese juego de espejos que Lidia le mostraba. Parecía invitarla a una especie de danza misteriosa, en donde cada movimiento debía tener la reciprocidad justa en sensaciones y gestos. Una podía lamer despacio hasta hacer gemir a la otra y la otra acariciaba hasta hacer temblar a la una.

Lidia, los ojos cerrados, musitaba en voz muy bajita las sílabas que su mente tramaba como imágenes de su deseo. Sonidos que Juana percibía como un conjuro mágico:

-Lu-ju-ria, lú-bri-ca, im-pu-di-cia.

Juana, deseosa de aprender de ese sortilegio, comenzó a repetir el encantamiento:

-Lu-ju-ria; lú-bri-ca; im-pu-di-cia.

Lidia, abrió los ojos fascinada, incrédula. Nunca antes, alguien con quien hubiese compartido sus abrazos, había reconocido y repetido la musicalidad de algunas palabras. Así, en lugar de concatenar sílabas en su mente, centró su mirada en los labios color rojo intenso de la mujer que pronunciaba al ritmo de sus sensaciones.

Lidia, por puro probar, provocó a Juana mientras danzaban:

-Obs-ce-ni-dad -, murmurando apenas con sutil aliento.

Juana respondió:

-Obs-ce-ni-dad -, casi divertida, mirando a los ojos de Lidia, que ensayó de nuevo:

-Per -ver-ti- da.

Juana, pausando el ritmo de su propio cuerpo y desafiando un poco a su maestra, repitió en voz alta y con tono de urgencia:

-Per-ver-ti- da.

Lidia aceptó el desafío:

-Ca-pri-cho.

La respuesta:

-Ca-pri-cho-sa.

Entonces, Lidia guió su cintura hasta hacer corresponder sus cuerpos en el centro exacto de sus deseos y le mostró a Juana cómo hacer ondular su cuerpo. Cuerpos ondulantes, cuerpos ondulando.

-Pe-ca-do.

-Pe-ca- do- ra.

-In-mo-ra-li-dad.

-In-mo-ral.

Cuerpos estremecidos, cuerpos estremeciéndose.

-Or-gás-mi-ca.

-Or-gas-mo.

-¡Qué rico! –, suspiró Lidia

-¡De-li-ci-o-so! –, declaró Juana victoriosa.

La dueña de la librería, que volvía de las dos horas -tres y media en realidad- que se tomaba para comer y luego hacer la siesta, encontró la puerta de la bodega abierta y a ellas ya vestidas, pero todavía en el sillón y muy cerca una de la otra. Les sonrío sin malicia, preguntándoles qué se les ofrecía.

Ellas se enredaron tratando de dar explicaciones. Habían entrado por casualidad a ese lugar casi al mismo tiempo, buscaban algún libro para entretenerse en aquel pueblo que las tenía atrapadas un par de días. A Juana por un encargo laboral, a Lidia como parte de un viaje que hacía para olvidar un amor ingrato.

Una persona del pueblo que pasaba por la calle frente a la librería les había explicado que en dos largas horas, que a veces se volvían tres o cuatro, nadie las atendería, pero, las invitó a revisar el material que estaba a la venta por si algo les interesaba, aun cuando esos libros hacía muchos años que no interesaban a nadie.

Un poco frustradas decidieron esperar a que alguien apareciera para atenderlas o a que disminuyera el sol quemante del medio día y pudieran marcharse, lo que ocurriera primero. También, optaron por refugiarse tras una pared de tabla roca, en el fondo fresco del lugar, en donde estaba la bodega.

Comenzaron charlando de la pasión que Lidia tenía desde niña por los diccionarios y su afición por las palabras y sus significados, luego hablaron un poco de sus vidas, se fueron acercando y…

La dueña de la librería, impaciente y poco deseosa de conocer la historia, las interrumpió y les preguntó si en esas horas habían logrado encontrar algo que les resultara de interés.

Se miraron con un poco de culpabilidad y sin saber qué decir. Cada una tomó un ejemplar cualquiera que encontró al alcance de la mano y lo colocó en el mostrador. Miraban hacia el piso, deseando que les envolvieran pronto el Manual de Carpintería de 1983 y las Consideraciones Botánicas Universales de 1990, para poderse marchar a toda prisa.

De pronto a Juana le llegó la inspiración:

– Perdone, ¿tendrá diccionarios?

-¿Diccionarios? Creo que sí, en aquel estante, aunque no son muy actualizados, están completos y en muy buenas condiciones-. Respondió la dueña, esperanzada de hacer otra venta.

-No importa, no importa. Siempre se podrán encontrar palabras interesantes-. Agregó Juana:

- Si Lidia quiere, puede acompañarme al hostal en que me alojo a revisar algunos ejemplares y así no se aburriría tanto.

Lidia la miró con los ojos muy abiertos y preguntó:

-¿Cuántos diccionarios distintos hay en la librería?

-Tal vez 7 u 8-, les informó la vendedora.

-Démelos, démelos todos-, pidió Juana.

Mientras la dueña, muy satisfecha, colocaba en bolsas los diccionarios recién adquiridos, Lidia miraba a Juana y ambas sonreían."

"DESDE EL LIMBO"

Para las poetas,

apenas soy panfletaria política.

Para las académicas,

tengo más utopía que rigurosidad y ciencia.

Para las amas de casa,

mi hogar no es ningún modelo de pulcritud.

Para las heterosexuales,

soy exageradamente lesbiana (y lo digo todo el tiempo).

Para las tibias,

soy “demasiado” radical, hasta causo algo de miedo.

Para la empleada del banco –sólo de mirarme-,

no soy sujeta crediticia digna de atención.

Para las posmodernas,

tengo un discurso ya atrasado -nomás como 500 años de viejo.

Para las que hacen política -pública y no-,

mi propuesta de mundo es demasiado poética.

Para las nanitas de mi pueblo,

soy poco humilde, poco dócil y menos dulce de lo que mujer-debería.

Para mis estudiantas soy la neta,

pero nadie las escucha porque son muy jóvenes.

Para las adoradoras del falo,

soy una molestia zumbona en sus orejas.

Entiendo, entiendo:

No sirvo para mucho.

Panfletaria,

utópica,

desmadrada,

lesbiana,

radical,

insolvente,

anacrónica,

poeta,

soberbia,

insumisa,

adolescente eterna,

mosca incómoda…

—Las agencias de empleos no se desviven a causa de mi currículo.

Tal vez me he construido ininteligible.

Sin embargo, parece ser, que hay ecos en el limbo,

que la irreverencia resuena: se multiplica.

Yo adelanto un pie y luego el otro, sonrío.

En mi camino aparecen flores fragantes,

mujeres-alegría, baños de agua sanadora,

cantitos y mariposas de colores…Es suficiente para mí."

5

 

HORTENSIA

 

"La cama rechina cuando se libera del peso del cuerpo grande y fuerte de Hortensia. Ella se frota los ojos lindos, color miel, brillantes, de pestañas largas que enmarcan una mirada alegre, como de niña inocente. Se cubre con un chaleco grueso de lana para proteger el pecho del frío de la mañana. Le cuesta trabajo abotonar la prenda; sus senos son enormes, pesados, frutos generosos. Con sus dedos rollizos y toscos prende la veladora, inicia los rezos. Cuando termina su oración matinal, se peina el cabello corto y brillante. Se persigna. Desciende desde los dormitorios de religiosas al comedor haciendo crujir la escalera con el peso de sus piernas.

Marita, su hermana de congregación, está esperándola. Ya le ha servido un tazón de avena y le sonríe haciéndole espacio en el banco al lado de la mesa.

Otras religiosas se sientan a tomar alimentos junto a ellas. Marita, pequeña, morena, delgada y tímida se siente dichosa al lado de su amiga. Ambas respetan la orden de silencio en el comedor, pero sus miradas, sus sonrisas parecen una charla animada con el entusiasmo de comenzar el día.

Cuando terminan de desayunar, salen a trabajar en el dispensario médico.

Marita barre el espacio y Hortensia trae las cubetas de agua que necesitan para hacer el aseo durante el día.

Comienzan a llegar los pacientes. A veces es tanto el trabajo que piensan que son cientos de ellos. Los pasan al consultorio o los atienden ellas mismas en la recepción, según la gravedad del caso, conforme van llegando. Procuran aliviar el problema de salud o ayudar a los heridos que se presentan. En esa localidad sustentada en yacimientos de carbón, generalmente se trata de hombres y mujeres con problemas respiratorios, niños que se han lesionado jugando en las calles sucias y mal trazadas o mineros lastimados haciendo su labor. Marita escucha sus aflicciones y los trata con paciencia sin fin, dice que es indispensable curar el alma para que sane el cuerpo.

Hortensia levanta entre sus brazos el cuerpo de un anciano. Mientras tanto Marita sostiene con una mano la silla de ruedas, para que no resbale y con la otra ayuda a acomodarlo. Lo ponen sobre la mesa de exploración para que la médica que las auxilia pueda revisarlo.

Salen del consultorio y Hortensia mira el cabello de Marita que se despeinó en el esfuerzo. Con ternura, suelta la cinta que sostiene el cabello de su amiga, lo alisa con caricias suaves y lo vuelve a atar. Marita le da las gracias y le regala una sonrisa.

Hay muchos niños en la fila esperando atención junto a sus madres. Marita aprovecha para darle a cada uno vitaminas de las que recientemente han llegado por donativo. Hortensia brinca la barda de un jardín cercano y regresa con un bote lleno de duraznos que reparte entre los pequeños.

Marita la regaña en voz baja, le dice que no está bien robar del árbol vecino. Hortensia, socarrona, le habla mansamente al oído:

-Recuerda que dios es amor y todo lo perdona.

De pronto, ven llegar a una mujer con un pequeño bebé en los brazos, está desesperada y grita pidiendo auxilio. Ambas se acercan a ver si pueden ayudarla. El bebé al gatear había caído desde un balcón. Lo miran inerte y frío. Marita le toma el pulso. Es evidente que nada se puede hacer, pero el rostro de angustia infinita de la madre las hace que la pasen inmediatamente con la médica del dispensario y cierren la puerta al salir.

Marita se sienta en la orilla de la banqueta. Llora quedito y Hortensia la abraza. Toma de la mano a Marita, quien recarga su cabeza en los pechos de Hortensia. Se arrullan mutuamente unos momentos.

-Es bueno tenernos una a la otra-, dice Marita.

Hortensia siente la tibieza del abrazo y le recorre el cuerpo algo parecido a una descarga eléctrica muy suave. Seca con cariño las lágrimas de su amiga.

Cansadas, ya de noche, se sientan en la mesa larga del comedor de religiosas. Toman té y comen galletas en silencio. Se dan las buenas noches con voz baja cuando llegan al inicio de la escalera para subir a las habitaciones.

Hortensia se desviste, se pone el camisón, se mete en la cama dispuesta a dormir. Está agotada. El día ha sido muy largo. Entonces, se le viene la imagen de Marita a la mente. Piensa en los ojos nobles de su amiga y el pecho se le inunda de ternura. Le gusta verla cuando se ríe frente a las travesuras de los niños que aguardan en la sala de espera una consulta médica. Hortensia recuerda sonriendo el rostro sudoroso y la marca de los músculos en el esfuerzo de los brazos de Marita, cuando acomoda cajas de medicina en el dispensario médico.

La cama de Hortensia está tibia, suave, la va llevando a la inconciencia. Antes de dejarse vencer por el sueño no quiere olvidar sus oraciones nocturnas. Comienza su rezo: Dios te salve… pero, su mano parece cobrar vida propia. Se desliza lenta, mimosa, por su cuerpo. Levanta la tela del camisón para dormir. Llega a su vulva y la acaricia con sus dedos gruesos. Su vulva que se abre poco a apoco, se humedece. Con dos dedos encuentra su clítoris hinchado y se masturba dulcemente. María, llena eres de gracia.... Piensa en el olor del cabello despeinado de su amiga en la tarde, cuando cerraban el dispensario. Bendita tú eres entre todas las mujeres. Marita tiene esos senos firmes que se adivinan bajo su blusa. La religiosa intenta no distraerse y retomar: Bendita tú eres entre todas las mujeres... La tela de la falda de Marita se pliega a sus caderas cuando va andando. Marita, Marita hermosa, Marita gentil, Marita, Marita. Con los dientes apretados: ¡Bendito es el fruto de tu vientre, mujer! 

Cuando estalla, Hortensia queda suspendida en el tiempo, con los ojos apretados y la sonrisa en los labios. ¡Santa María, Santa Marita, Santa, Santa y bendita!…

Hortensia al fin logra dejarse llevar por el sueño con un suspiro alegre, esperando que sea el día siguiente para ir al comedor y encontrar a Marita que, sonriente, le va a esperar con una taza de té en la mano."

FUENTES

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